Dentro de las siglas LGTBI, la I de intersexual es de las realidades más desconocidas. Si preguntáramos sobre su definición, un número elevado de personas seguiría hablando erróneamente de personas hermafroditas. “Ese es el mito más extendido y, como mito que es, es erróneo. Hermafroditas son algunas especies animales y vegetales que son capaces de generar gametos masculinos y femeninos y autorreproducirse. Esto en la especie humana no se da”, cuenta Camino Baró San Frutos, psicóloga y sexóloga especializada en atención al colectivo LGTBI.
Según la web Brújula intersexual, portal de divulgación de referencia para hispanohablantes, la intersexualidad engloba “diferentes corporalidades en las cuales una persona nace con variaciones de las características sexuales que no parece encajar en las definiciones típicas de hombre o mujer”. Esto implica una variedad amplia de condiciones físicas que puede afectar a la forma de los genitales, a la composición de las gónadas, a los niveles hormonales o a los patrones cromosómicos. En algunos casos, se detectan al nacer y en otros, al llegar a la pubertad. Según Baró, que es también activista intersex, hay un desconocimiento general de qué es esta condición física: “Lo peor es que no se conoce en ámbitos muy importantes, como el ámbito médico (en concreto, en áreas como endocrinología, urología o ginecología) o en determinados entornos LGTBIQ+”, lamenta.
Nacer con alguna característica intersexual no es una patología, ni una malformación, ni representa un problema de salud en sí misma. Forma parte de la variabilidad natural que se da en la naturaleza y durante el desarrollo embrionario. A pesar de eso, tradicionalmente ha sido habitual realizar intervenciones médicas, ya sean quirúrgicas (como gonadectomía, reconstrucción de vulva, clitoridectomía…) u hormonales, a menores intersexuales, para que encajen en el binarismo hombre-mujer. Estas intervenciones, “aunque en un pequeño porcentaje son necesarias”, denuncia Baró, “muchas veces responden a un fin cosmético”.
En los libros de texto, en la educación formal y en la educación sexual es difícil encontrar referencias de personas con estas características físicas. O bien por desconocimiento o bien con intención de simplificar, en las ilustraciones y explicaciones solo existe el cuerpo masculino y el cuerpo femenino. Ante esto, ese 1,7% de niños y niñas va a tener muy difícil identificarse y puede que les genere la necesidad de camuflarse como persona endosex, término que se refiere a las personas cuya anatomía sexual y atributos físicos se ajustan a la clasificación cultural masculino-femenino de los cuerpos. | @elpais