Según un estudio reciente, tres días de silencio absoluto bastan para reconfigurar nuestra actividad cerebral. Las ondas beta, que dominan durante estados de alerta y estrés, disminuyen, dando paso a ondas alfa y theta, que promueven calma, creatividad y atención plena. Lo más notable: quienes viven expuestos al ruido constante obtienen los beneficios más marcados de esta pausa sonora.
Los investigadores observaron un cambio físico en el hipocampo, el área cerebral asociada con la memoria. En ese breve lapso, se activó la neurogénesis: el nacimiento de nuevas células cerebrales. Hasta ahora, se creía que este proceso requería largos entrenamientos mentales o condiciones excepcionales. Pero la ciencia ha comprobado que la quietud puede desencadenarlo de forma natural y rápida.
Mejor memoria, sentidos más agudos y equilibrio emocional
Durante la experiencia, los participantes mostraron mejoras significativas en sus habilidades cognitivas. La memoria de trabajo, clave para tomar decisiones y procesar información, se volvió más eficaz. También fueron capaces de resolver problemas con mayor rapidez y precisión.
A nivel emocional, el silencio favoreció una mejor comunicación entre los centros cerebrales encargados de regular el estrés. Las personas se sintieron más estables, detectaron antes sus propias señales emocionales y reaccionaron con mayor equilibrio.
Además, los sentidos se agudizaron. Pruebas estandarizadas confirmaron mejoras en gusto, olfato, visión y tacto. Este fenómeno responde a lo que los expertos llaman “plasticidad cruzada”: al silenciar unos estímulos, el cerebro potencia otros. | @gizmodo