¿POR QUÉ TODO EL MUNDO AMA ‘CINEMA PARADISO’?

Haga lo que hagas, ámalo. Las enseñanzas de Alfredo, la inocencia de Totó o el sentido homenaje a la magia del cine son algunos de los elementos que nos hacen seguir enamorados de esta película de Giuseppe Tornatore tres décadas después.

  • ‘Cinema Paradiso’ se repondrá en 150 cines de todo el país a partir de este viernes 26 de junio, coincidiendo con la reapertura de la gran mayoría de las salas de todo nuestro país.

Hacía 30 años que Salvatore no volvía a Giancaldo. No quería, no podía. La localidad siciliana que le vio nacer, crecer y partir le asustaba demasiado. Muchos recuerdos, personas y sentimientos que enterró en algún lugar de su cabeza al aterrizar en Roma. Y lo hizo, no por egoísmo, sino porque un buen amigo se lo pidió. Porque Alfredo, antes de marchar, le advirtió que no volviese jamás a ese pequeño pueblo de expectativas limitadas y fantasmas en vida. Que viviese como él no había podido, como no se había atrevido. Que intentase rozar, pues no es posible más que eso, los sueños que vivían juntos en las películas del Cinema Paradiso.

Las casualidades de la vida quieren que aquí estemos, también 30 años después de su estreno, recordando Cinema Paradiso. Una película que fracasó en la taquilla italiana en aquel noviembre de 1988, pero que poco después fue lanzada al panteón de los clásicos mundiales gracias a su salto internacional (Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa, Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes y unos cuantos BAFTAs incluidos). El segundo largometraje de Giuseppe Tornatore siempre nos deja con una lágrima -bueno, muchas- al final de su historia de amistad paternofilial, amores amargos, despedidas y amor por el cine. Tiene magia, honestidad y unas actuaciones entrañables.

Volvemos a viajar a la época de las dobles sesiones y el celuloide inflamable. A una película henchida de nostalgia por aquellos tiempos en los que ir al cine provocaba más emociones que un viaje en una montaña rusa. Una época en la que el futuro parecía algo demasiado lejano como para pensar en él, y, al final, acabó llegando para arrasar con todo. Algunos la acusan de tramposa, y es que, siendo sinceros, no es difícil ver en ella una voluntad constante de guiñar el ojo a los cinéfilos y un calculado mecanismo para hacernos llorar irremediablemente en su tramo final.

Ante eso, eso sólo podemos contestar: que nos acerquen los kleenex, por favor.

¿Que por qué todo el mundo ama esta película? Nos sobran razones.

 

Adaptation, Human, Grandparent,

POR LA RELACIÓN ENTRE ALFREDO Y TOTÒ

El jovencísimo Salvatore Cascio interpretó a Totò, diminutivo siciliano de su propio nombre real, un niño que vive por y para el cine. No es que haya mucho más que hacer en su pueblo, donde los hombres -incluido su padre- han partido hacia la guerra y la única alegría colectiva parece ser ir a gritarle un rato a la gran pantalla del Cinema Paradiso. Allí trabaja Alfredo (Philippe Noiret) como operador, proyectando las cintas a ese público entregado, deseoso de evasión. Él las mira desde la cabina, a través de un agujero, aprendiendo frases de Spencer Tracy o John Wayne que después irá soltando como pequeñas joyas de sabiduría.

Sin duda, Alfredo y Totò estaban destinados a encontrarse y quererse. Les une una amistad preciosa, basada en su amor por el cine, que se va convirtiendo en algo más profundo: acaba ocupando la figura paterna ausente para el niño, mientras éste ocupa, a su vez, el espacio del hijo que nunca tuvo. Una relación que encajaba en las dos direcciones, y que nos regaló una de las relaciones más sinceras, divertidas y emotivas del cine.

La metáfora más hermosa -y trágica- de su relación llega con la ceguera de Alfredo después del incendio en la sala de proyección. El celuloide era algo peligroso en aquel entonces, y, dice el veterano, «el progreso siempre llega tarde». Por este accidente, el niño convertido después en adolescente hormonado se convierte no sólo en su sustituto, sino también en sus ojos. Precisamente, y como apuntábamos antes, uno de los objetivos de Alfredo es que Salvatore viva lo que él no pudo. Que se convierta, aunque sea sólo en las películas, en sus ojos, refuerza de forma preciosa el éxito del personaje: no sólo conseguirá que el joven se vaya a triunfar en Roma, sino que, de algún modo, seguirá viviendo en su retina (y, claro, en su corazón).

PORQUE ES CINE QUE HABLA DE CINE

Ya lo apuntábamos: Cinema Paradiso habla de la magia del cine. Quizás no con la sutileza que mostró Víctor Erice en El espíritu de la colmena, con aquella escena de los niños asombrados ante el poder arrollador de la gran pantalla, pero sí con la emotividad que merece un medio capaz de hacernos reír y llorar en un espacio de 10 minutos. La intimidad de la sala oscura, la música envolvente y la rápida emoción que sube presta por nuestras piernas al escuchar esa declaración de amor, al presenciar una muerte indeseada o la última despedida de dos personajes con los que hemos compartido dos horas de nuestra vida. Dos horas. ¿Y habrá quien no lo llame magia?

En el filme de Tornatore vemos algo ya extinto en nuestra actualidad. Vemos a una masa de gente agolpándose en las puertas del cine para coger su sitio en la sesión doble del viernes, escuchamos sus carcajadas ante las tonterías de Charlie Chaplin y vemos sus caras de incredulidad cuando los actores tocan carne con carne. Ya no se asustan al ver un tren llegando a la estación, pero siguen disfrutando del cine de una forma genuina, orgánica e incluso ingenua. Es un éxtasis colectivo que pasa la risa al llanto, de ahí a la excitación sexual o el enfado cuando se dan cuenta de que el cura del pueblo ha cortado de nuevo la escena del beso. Vivir así el cine en una sala es algo que sólo puede verse hoy en lugares contados.

También hay un homenaje en la película a la forma en que el cine ha ido evolucionando, y no sólo en cuanto a público e influencia. Habla de cómo se proyecta el cine a través del aprendizaje de la pareja protagonista. Alfredo cuenta cómo, al principio, tenía que darle a una manivela para reproducir la película. Ahora es más fácil. Vemos los entresijos de la tarea del operador, un trabajo solitario en las bambalinas del cine, donde para no sentirse tan sólo se rodea de pósters de Casablanca, Buster Keaton o Greta Garbo.

POR SU INOLVIDABLE MÚSICA

No hay duda de que Cinema Paradiso no sería tan emotiva y auténtica sin su música, a cargo del maestro Ennio Morricone. Si esta es una película que habla de las propias películas, su banda sonora debía evocar esa nostalgia. Y vaya si lo hace. Es una celebración sin palabras de lo que era el cine, una cápsula del tiempo en la que se guardan los recuerdos que ya creíamos olvidados y una canción triste para la tragedia de la posguerra, en la que el cine permitía a los italianos soñar un poco despiertos. Escapar de los problemas sociales. Vivir en otros mundos. Y así es esta herencia de Morricone.

El filme de Tornatore es, en parte, una historia de familia, y también lo es su banda sonora. Morricone contó con su hijo, Andrea Morricone, para componer el tema romántico de la historia. Y es precioso cómo encaja su estilo al de su padre, como conviven en las mismas emociones, las mismas notas musicales, el mismo espíritu. Esta colaboración padre e hijo es casi tan mágica como la de Alfredo y Totò al frente del proyector.

El resultado fue claro: la BSO ganó el BAFTA y el premio David Donatello, confirmando el inmenso peso que tiene en la película. Además, se ha convertido en una de las partituras más reconocibles del cine italiano, así como elección ideal para cualquier vídeo que pretenda rendir homenaje al cine, como hacen los besos censurados en la última escena del filme. La música es poderosa. Tanto o más que el cine. Mientras escribo estas líneas la escucho, y las lágrimas se me siguen escapando sin quererlo. Maldito seas, Morricone.

PORQUE CREE FIRMEMENTE EN LOS SUEÑOS

En el transcurso de la película, diversos profesores, curas y padres aseguran en más de una ocasión a los niños de su entorno que deben estudiar. Que deben trabajar. Que deben bajar de las nubes y aceptar la vida que su situación les impone desde que nacen. Que hagan, en definitiva, lo que se espera de ellos sin rechistar. Pero Cinema Paradiso se propone demostrar con la historia de Totò que todo eso no tiene que valer para todos, que no hay que conformarse y, sobre todo, que el cine es también una escuela inmejorable. Casi mucho mejor que la que había en aquel entonces.

Sí, esta película va sobre soñar muy fuerte. Así lo afirmó el actor que interpretó a la versión infantil del protagonista, Salvatore Cascio, en una entrevista con The Guardian hace unos años:

«Va sobre el poder de los sueños. En el filme, vemos gente que va al cine para soñar: viendo grandes películas olvidan todos sus problemas. Convirtiéndose en un gran director, Totò consigue su sueño personal también. En el mundo de hoy, con esta crisis que estamos experimentando tanto en lo político como en lo social, la película nos recuerda que todos podemos, y debemos, seguir soñando».

Así, Cascio contradice al antiguo dueño del Paradiso, que al final de la película le dice a Salvatore que «hoy, el cine es tan sólo un sueño». Que la crisis, la televisión y las cintas de vídeo nos han hecho perder interés en él. Que ahora sólo es una ilusión, relegada a la sombra de nuestro ocio particular. Lo dijo hace 30 años, y no sabía cuánta razón llegaría a tener. Y, aun así, también se equivocaba: el cine no ha muerto. Con suerte, no lo hará nunca.

¿Y la pregunta del título? Fácil: todo el mundo ama Cinema Paradiso porque Cinema Paradiso ama el cine. Y, bueno, porque da consejos cojonudos:

“Hagas lo que hagas, ámalo”

@fotogramas

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