Así, el cuarto párrafo del nuevo precepto determina lo siguiente: «No procederá el establecimiento de un régimen de visita o estancia, y si existiera se suspenderá, respecto del progenitor que esté incurso en un proceso penal iniciado por atentar contra la vida, la integridad física, la libertad, la integridad moral o la libertad e indemnidad sexual del otro cónyuge o sus hijos».
Es decir, como interpretan los juristas consultados, el nuevo literal del 94 del CC impone al juez el automatismo de no conceder o suspender las visitas por el simple hecho de que exista una denuncia por violencia contra uno de los dos, circunstancia que afecta de forma abrumadoramente mayoritaria a los hombres. | @elconfidencial
El tuit ha abierto debate sobre el peligro de la hipersexualización de la mujer a tan temprana edad, siendo sólo unas niñas: “Con esa edad lo normal sería que no llevara la parte de arriba, es una niña y no tiene pecho aún, ¿qué es lo que se tiene que tapar? Con esa edad tienen que ser niñas, no disfrazarse de mujeres.”, comentaba un usuario horrorizado.
Aunque han sido más bien una minoría, algunos han querido encontrarle una explicación a este tipo de bañadores para niñas: «Entiendo lo preocupante de sexualización infantil que existe en el mundo, pero como diseñadora textil puedo decir, que probablemente esté el relleno como soporte, ya que se suele caer/fruncir la parte del pecho al no tener suficiente tela en los hombros», explicaba otro usuario. | @lavanguardia
so my little sister got in a fight tonight and i don’t think i’ve ever been more proud 😂😂 with her phone in her hand & everything lmao THATS MY MF SISTER LETS GOOOOOOO pic.twitter.com/8Bpxc30d0Z
— sierra sprague (@sierrasprague) September 8, 2018
Crueldad extrema
La madre que asesinó a su hija, al padre: «Aquí tienes lo que te mereces… Decide si la entierras o la incineras»
El crimen de Yaiza, el caso eclipsado de ‘violencia vicaria’. «Quiero que pague por el sufrimiento que yo he pasado», dejó escrito a su abuela
Cristina Rivas colocó cuidadosamente la pequeña caja blanca sobre la cómoda de la habitación de sus padres que había venido ocupando en los últimos meses. «Dinero para mi madre», había apuntado en la tapa. En su interior, un colgante y una tarjeta Visa con un post it en el que ponía: «Saca el dinero que queda. Pin XXXX». Junto a la caja, con igual meticulosidad, fue dejando tres sobres verdes y uno blanco. En el primero, también destinado a su madre, escribió: «Espero que puedas perdonarme. Te queremos». En otro: «Para mi abuela, que la quiero mucho. Lo siento yaya». En otro: «Para Sergio, el culpable de todo esto. Gracias». En el último, en el blanco, metió la documentación de su coche con los papeles que demostraban que ahora era propiedad de su padre y que acababa de pasar la ITV. Tras el ceremonial, se sentó primero en un lateral de la cama y se tomó un puñado de pastillas. Después, se acostó junto al cuerpecito inerte de su hija Yaiza, de cuatro años, a la que había asfixiado varias horas antes, y esperó la muerte.
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