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1. ¿Cómo crees que será tu hijo?, controla tus expectativas

«Se dice que un niño no nace cuando es concebido, antes nace en el mundo de fantasía de ese padre o esa madre», explica Jaime Picatoste. Este punto de partida es básico. Debemos entender que una cosa son las expectativas y otra es la realidad. Y que las primeras no pueden perjudicar a la segunda.

Expone Picatoste ciertos razonamientos que todos deberíamos plantearnos: «¿Qué expectativas tengo sobre el hijo que quiero tener y cómo será realmente el hijo que va a aparecer? Este es muchas veces el gran esfuerzo que tiene que hacer el mundo adulto para adaptarse a lo que trae ese niño, a su temperamento. Hay niños más sensibles y niños menos sensibles». Partir desde la idealización, requerirá el esfuerzo de «sacrificar parte de tus expectativas y adaptarte». Ahí empieza todo.

Sara Tarrés coincide plenamente. «La realidad nos pone en nuestro lugar; nos viene a recordar que habíamos colocado nuestro ideal demasiado arriba. Y cuanto más arriba esté, más frustración. Aquí vienen las decepciones. Relacionamos la maternidad con sensaciones placenteras, pero cuando las expectativas no se ajustan con la realidad, aparecen las emociones displacenteras. Comienzan las comparaciones: con el ideal, con el hermano, con el vecino. Empezamos a etiquetar, a juzgar y ridiculizar. Le decimos lo torpe que es o que ‘mira que es tímido’», explica Tarrés; empezamos a cohibirles en su desarrollo. «No le damos importancia, lo vemos como algo normal que le animará a ser de otra manera, cuando el efecto es totalmente el contrario: lesionamos su autoestima y su autoconcepto», advierte.

Por tanto, y lección número uno, no etiquetemos. Los niños son esponjas y esto repercutirá en el largo plazo. ¿Les suena la teoría de la indefensión aprendida, el efecto Pigmalión o la profecía del autocumplimiento? Frases inocentes —pero machaconas— como «es muy buen estudiante», «es muy responsable» o «mira qué bueno es» no hacen otra cosa que inculcar que ese comportamiento se vaya haciendo cada vez más visible en él; para lo bueno y lo malo. «Quizás ese niño o esa niña serían de otra manera, pero ya lo hemos encaminado hacia ahí. Pero lo mismo con el ‘bala perdida’ o el ‘torpe’, ¿para qué se va a esforzar si nunca lo va a hacer bien porque es un desastre?»

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