Triste pero cierto

Cuando el escenario para el coqueteo, la galantería, la seducción y, en definitiva, la conquista era —solo— la plaza del pueblo, el ghosting era difícil de practicar. Lo tangible de la interacción entre dos personas que se conocían a través de un amigo, de un pariente o en la barra del bar que frecuentaban volvía muy difícil que una de las dos partes decidiera, de pronto, esfumarse sin dejar rastro. “Adiós muy buenas, ya no me interesas”. En cambio, ahora que el ligue tiene mucho de digital y cada vez menos de Lauren Bacall y Humphrey Bogart, ahora que Instagram y Tinder son la arena donde proliferan las nuevas formas de seducción, siempre a golpe de esbeltas fotografías y comentarios que se pretenden ingeniosos, el terreno para el ghosting es fértil hasta el punto de que, según un estudio de la Universidad Western Ontario publicado en 2018, el 65% de los encuestados reconocieron haberlo practicado, y hasta un 72% dijo haber sufrido una desaparición fantasmagórica.

Esto del ghosting (ghost es fantasma en inglés) es lo que en España se ha venido denominando tradicionalmente una espantada en toda regla y ha existido siempre, pero el anonimato que otorgan las redes y, sobre todo, el hecho de que muchas veces las dos personas que interactúan no tienen entre sí más lazos que la propia conversación (ni amigos ni lugares en común) han puesto la práctica en boca de muchos profesionales de la salud mental. Por situar el término, la psicóloga clínica Francesca Román, directora de Centrum Psicólogos, define así el ghosting: “Es un fenómeno vinculado a las interacciones que se producen en las redes sociales. Cuando alguien hace ghosting… desaparece, corta todo vínculo y comunicación con la persona con quien interactuaba, termina con las llamadas y la bloquea en redes sociales”. Además, muy frecuentemente lo hace sin previo aviso y sin motivo aparente, lo que lleva a la víctima a “quedar esperando” y preguntándose “qué ha podido hacer mal”, toda vez que no ha recibido ninguna explicación. | @infolibre